18.9.06

Historia del encapuchado

¿Alguno de ustedes ha oído hablar del encapuchado? Imagino que sí, los verdaderos jugadores de winning sabemos de esa leyenda. Algunos aseguran que fue un terrorista arrepentido que, triste por la caída del Muro de Berlín, se puso a jugar winning para saciar su sed de venganza; otros, un psicópata cuyo genio no quería que pasara desapercibido para los viciosos del winning. A mediados de los 90, los vicios de playstation 1 proliferaron en toda Lima y comenzó la era winning eleven. A mediados de los 90, muchos de estos vicios comenzaron a ser secuestrados por un tipo que solía taparse el rostro con pasamontañas y sacar de su mochila una Uzi vieja, envejecida, que más parecía una reliquia histórica que un arma real. Amenazaba a todos con disparar si es que alguien osaba huír o avisar a la policía. Obligaba a los que estaban jugando que siguieran haciéndolo como si él no estuviera presente, mientras iba mirando los partidos virtuales uno por uno. El encapuchado solía hacer este recorrido una hora, ante el pánico de los que se encontraban reunidos, algunos de ellos mironcitos o vagos que no tenían ni un centavo para alquilar un play y que preferían pasarse todo el día viendo fútbol virtual. Muchos cuenta que, cuando el encapuchado miraba su partido, les daba miedo meter o recibir un gol. A veces el empate era un pacto implícito y silencioso entre los compañeros rivales, porque tenían miedo de recibir un plomazo en la pierna si perdías o ser elegido para rivalizar contra él si ganabas. Pero el encapuchado se las sabía todas. Miraba todos los partidos y si había empate los hacía jugar de nuevo. Si no metían un gol, los amenzaba con matarlos ahí mismo. Luego de esa hora, seleccionaba a los ganadores (usualmente unos cinco) para que jugaran contra él. Y en ese momento el encapuchado sacaba toda su demencia. Se iba a una esquina a armar su alineación, y amenazaba a cualquiera que osase mirar cómo hacía sus preparativos. En eso el encapuchado era una loba en celo. Y armado su equipo, llamaba uno por uno a los contrincantes. Los que lo vieron se asombraron de la concentración que ponía en cada pelota. Y era insuperable. Solía arrollar a sus contrincantes por un margen de no menos de 3 goles. Y, lo peor de todo, con jugadores que no se sabía de dónde provenían. No utilizaba robots. Alguien lo escuchó alguna vez "Si conocieran a este chino", con referencia a un jugador asiático que nadie sabía de dónde provenía. Debido a esto, muchos creyeron que el encapuchado ganaba con truco. Pero no era cierto. Se sabe que en cada partido utilizaba a jugadores diferentes. Dicen que los escogía al azar, mediocres, muy malos, mientras que otros dicen que se sabía la forma de sacar superjugadores al estilo supernintendo. Pasaron dos meses y la leyenda de un encapuchado genio del winning comenzó a recorrer los vicios de Surquillo, Los Olivos, San Miguel, Surco, San Borja, San Juan de Miraflores, San Martín de Porres, Villa el Salvador, etcétera. Nadie le había podido meter un gol (a las justas un tipo aseguraba haber jugado contra él y haberle metido dos tiros al palo, lo que hacía suponer que ese osado muchacho amanecería algún día muerto en algún desague), pero nada más. El vocabulario del encapuchado era de militar. Una voz socarrona, por lo demás. Hasta que un día sucedió lo inesperado. El encapuchado arribó a un vicio de Surco viejo, en un vicio cerca de la plaza de la avenida Ayacucho. Entró, se fue al baño y salió con el pasamontañas y la uzi en la mano. Como siempre, alertó de sopetón: "Si gritan, los mato". Por esta razón todos quedaron callados, el dueño cerró la puerta de su local y los muchachos, todos unos viciosos menores de once años, aguardaron en sus sitios. Y comenzó la rutina. El encapuchado pasó por cada televisor para mirar el juego que los surcanos estaban obligados a continuar. Pasada una hora, eligió a los que cuatro que habían ganado sus partidos. El primer encuentro fue con susto. El muchachín no quiso hacer nada, solo pasaba el balón, hasta que el encapuchado lo amenazó que lo mataba ahí mismo si no se ponía a jugar como un hombrecito. Pero aun así lo goleó 7-0. El segundo encuentro ganó por 4-0. El tercero fue un 5-0 rotundo. Al cuarto partido, mientras todos esperaban el momento decisivo, se acercó un muchacho de diez años, un verdadero fanático del fútbol, admirador de Puchungo Yáñez y del talento de Kukín. "Arma tu equipo", le ordenó el encapuchado, y aquel le hizo caso. El encapuchado esperó, sin desesperarse. Para matar el tiempo miró el tubo de su Uzi. Pasaron quince minutos y el muchacho apodado chacaloncito seguía armando su equipo. "¿Por qué no te apuras?", le preguntó el encapuchado ya histérico, pero su contrincante se quedó pensativo unos segundos mirando la pantalla, hasta que le respondió: "Es que no sé si meter a este juvenil llamado Totti, ¿tú qué harías? ¿Es bueno?". El encapuchado nunca antes había escuchado a alguien osado (nadie, incluso, le había dirigido la palabra mirándolo a los ojos), algo que lo entusiasmó. El muchacho no tenía miedo y eso lo incentivó mucho. De hecho, en su barrio el niño era conocido como un chacaloncito del videojuego, un chacal pequeño virtual. "Al fin alguien que quiere ganarme", dijo el encapuchado, sonriente y victorioso. Pero él no conocía a ningún juvenil llamado Totti, o si lo conocía no estaba dispuesto a intercambiar información con ese niño vestido de crema y con la cara de Lolo Fernández estampada en el pecho, que además llevaba unas palabras que decían: "Tuyo hasta la muerte". No había más tiempo. "Cinco minutos más o si no te meto plomo", dijo el encapuchado, y esperó. Chacaloncito no se amedrentó con la amenaza, motivo que entusiasmó a sus amigos del barrio. Vencidos los cinco minutos, el encapuchado alzó su Uzi y la dirigió a la cabeza de su contrincante. "Ya comienzo, ya comienzo... qué malasuerte, carajo, me olvidé de sacar a ese Totti", dijo chacaloncito, y comenzó el partido. A partir de aquí hay muchas versiones. Y es que ese fue el último partido del encapuchado. Nadie iba a imaginar, nadie podía imaginar, que aquel niño admirador de Puchungo Yáñez habría de meterle un gol a una leyenda del winning eleven, a un mito que se había establecido en menos de seis meses. Cómo sucedió aquello nadie lo sabe, cómo fue el gol pocos lo recuerdan. Solo están en la memoria de esos niños la frase de chacaloncito: "Ja, te metí gol con Totti, lero lero...". El encapuchado, herido en su orgullo, pensó meterle bala en la pierna, pero se aguantó. Supo que a partir de ese momento habría de abandonar el fútbol. Siguió jugando y, quizá por mala suerte, o la buena suerte de su contrincante, metió dieciséis tiros al palo y no pudo embocar ninguno. Chacaloncito salió victorioso de ese partido sin creerlo y hasta extendió la mano al final del partido, aduciendo que había sido un gran encuentro, un choque de poder a poder. El encapuchado estaba demasiado obnubilado como para responder tal cortesía. Solo se limitó a guardar su Uzi en la mochila y decirle las últimas palabras que se le han escuchado desde aquel ya lejano 1994.

--Si no fuese por ese Totti, este partido terminaba 10 - 0.
Chacaloncito se rió (a esa edad esa frase solo podía parecerle una broma) y fue donde sus amigos que lo abrazaron como un verdadero héreoe. Desde ese día se cerraron todos los vicios en Surco viejo, el alcalde de aquel entonces pensó levantar un monumento a chacaloncito pero el proyecto fue anulado cuando entró el alcalde nuevo. Hoy por hoy, si alguien pregunta por el encapuchado, solo puede obtener una respuesta: "Yo hubiese querido ser chacaloncito".
QUARK

3 comentarios:

Anónimo dijo...

qué pastrulada!!!!
ESO TE PASA POR NO IR EL VIERNES. TE FALTA WINNING!!!

tyson

neverlandiano dijo...

Esto es un homenaje a mi amigo chacaloncito. Espero que ahora sí vaya el viernes.

QUARK

Anónimo dijo...

GRACIAS QUARK